milagros, recuerdos, sueños

Todo lo sagrado tiene la sustancia de los sueños y los recuerdos, y así experimentamos el milagro de que lo que está separado de nosotros por el tiempo o la distancia se haga repentinamente tangible. Los sueños, los recuerdos, los sagrado, todo es semejante en cuanto que está más allá de nuestro alcance. Una vez que nos separamos de lo que podemos tocar, ese objeto se santifica, adquiere la belleza de lo inalcanzable, la cualidad de milagroso. Todo tiene esa cualidad, pero nosotros podemos profanarlo tocándolo. ¡Qué extraño es el hombre! Su contacto mancha y, sin embargo, él es la fuente de los milagros

Noche de primavera – Yukio Mishima

sobre políticos y escritores

Al final he comprado las memorias y ya he comenzado a leerlas. De todos modos, Manué sigue avanzándome citas:

Estos pobres envidiosos, por su secreta miseria, lanzan coces contra la valía personal; mandan con aire compasivo a Virgilio, Racine, Lamartine a dedicarse a sus versos. Pero, soberbios señores, ¿adonde hay que mandaros a vosotros?. Al olvido;os espera a veinte pasos de vuestra casa, mientras que veinte versos de estos poetas los harán vivir hasta la más lejana posteridad

Memorias de ultratumba – Chateaubriand

símbolos

El pasado lunes aproveché para visitar Pontevedra y pasear un poco. No conozco mucho la ciudad y tras unas cuantas vueltas me encontré ante el escaparate de la librería Michelena. Al mirar hacia el estrecho interior recordé que ya había estado allí en otra ocasión. Así que entré y empecé a curiosear las estanterías llenas de libros de cine, música, literatura, ediciones extrañas… el sueño de cualquier ratón de biblioteca.

No sé cómo, acabé en el final del pasillo frente a un mueble en el cual se apilaban libros de arte y arquitectura. Uno de ellos me llamó la atención: se llamaba Los tesoros de Venecia de Antonio Manno. Comencé a hojearlo y creo que es el complemento ideal para visitar la ciudad. Todos esos detalles pequeños, esas connotaciones perdidas que se nos escapan al visitar una ciudad de manera superficial. Por no hablar de los cuadros: muchas veces me sentía triste por no conocer los símbolos asociados a las pinturas. Ya sea de mitología clásica o historia de santos.

Casualmente levanté la vista y me topé con el Diccionario de símbolos de Juan Eduardo Cirlot, un libro que podría ayudarme con ese vacío. Siempre le he tenido ganas y en esta ocasión decidí que me lo llevaría puesto. De noche, repasando las páginas como un niño pequeño (fijándome en los dibujos, vamos) pude leer lo siguiente…

«Fonético: Y la palabra, que es fundamentalmente un fenómeno acústico, tiene más valor como sonido que como expresión de una idea, ya que el sonido contenido en ella y que de ella emana en determinadas vibraciones es la modulación del hálito cósmico; pronunciar en el justo modo una palabra sintonizándola, por así decirlo, con los diversos ritmos del cosmos, significa restituirle su elemental poder. En la tradición hindú se alude con frecuencia al sentido concreto de letras (como sonidos) y sílabas o palabras. Al examinar el sentido de las veces Makara y Kumara defínese la significación concreta de cada sonido (la R es la onomatopeya del trueno, simboliza el poder creador; ppo eso la mayoría de los verbos incluyen esta letra en casi todos los idiomas. Ma, alude a la materia, etc). En la sílaba Om (Aum) los hindúes y tibetanos ven concentrada toda la esencia universal (A, principio; U, transición; M, final, sueño profundo). Esta creencia mística en el poder fonético per se llevó a los gnósticos y creyentes de Mitra a la inclusión de pasajes carentes de sentido literal en sus fragmentos rituales y recitados, suerte de música simbólica actuante sólo por el poder del sentido de lo fonético.»

Por cierto, que como buen egocéntrico que soy, busqué ratón y tenemos una pequeña mención:

«El ratón, en simbolismo medieval, es asimilado al demonio. Se le superpone significado fálico, pero en su aspecto peligroso y repugnante».

Sin comentarios…

haruki murakami

Supongo que llego tarde, pero no puedo evitar escribir una entrada para recomendar los libros de Haruki Murakami. Comencé a leer «Kafka en la orilla» y desde el primer capítulo supe que me encontraba ante algo muy especial. Y quizás leer no es la palabra correcta: devoré las páginas del libro de una manera compulsiva. Después vino «Tokio blues» (lo terminé ayer) y ya estoy pensando en continuar con más obras. Tal y como comenta Rodrigo Fresán en una contraportada «su modo de narrar tiene algo de hipnótico y opiáceo». Además sus libros nos hablan de otros libros ya que sus personajes suelen ser bastante aficionados a la literatura y a la música. Al parecer Haruki regentó durante ocho años un bar de jazz en Tokio y en sus novelas encontramos referencias que van desde los Beatles, a Beethoven pasando por Miles Davis o Jobim. Incluso me encontré con una figura que toca una adaptación para guitarra de la Pavana para una infanta difunta de Ravel (versioneada curiosamente aquí hace unos meses).

¿Y qué es lo que me gusta de él? Pues la manera que tienen de afrontar los problemas sus personajes. Porque, en general, se trata de gente honrada y honesta, con un marcado sentido del deber y responsable hasta el final (de manera consciente o no) de sus actos. Y no estamos hablando de figuras bobaliconas, aburridas, vacías. Página a página vemos desfilar jóvenes perdidos que buscan su lugar (y el amor) en el mundo, hombres con capacidad para hablar con gatos, suicidas, hermafroditas, mujeres que viven en el pasado y en los sueños de los demás…

Capacidad infinita de amor, de pasión, de erotismo, de sueños. Eso desprenden estos dos libros: vida vida vida.

huecos

Sólo que yo estoy más que harto de la gente sin imaginación. De ese tipo de gente que T.S. Eliot llama «hombres huecos». Personas que suplen su falta de imaginación, esa parte vacía, con filfa insensible y que van por el mundo sin percatarse de ello. Personas que intentan imponer a la fuerza a los demás esa insensibilidad soltando, una tras otra, palabras huecas.

Sujetos estrechos de miras, intolerantes y sin imaginación. Tesis desconectadas de la realidad, terminología vacía, ideales usurpados, sistemas inflexibles. Son estas cosas las que a mí, realmente, me dan miedo Son estas cosas las que yo temo y odio con todo mi corazón. Es importante saber qué es importante y qué no lo es, por supuesto. Sin embargo, los errores de juicio personales pueden corregirse la mayoría de los casos. Si uno tiene la valentía de reconocer su error, las cosas, generalmente, se pueden arreglar. Pero la estrechez de miras y la intolerancia de la gente sin imaginación son igual que parásitos. Provocan cambios en el cuerpo que les acoge y, mudando de forma, se reproducen hasta el infinito. Y eso no hay manera de detenerlo. Y yo, semejantes sujetos, no quiero que entren aquí. -Ôshima señala las estanterías con la punta del lápiz. Se refería, por supuesto, a la totalidad de la biblioteca-. Yo no puedo tomarme a risa a gente como ésa.

Haruki Murakami – Kafka en la orilla

días de verano

Ha llegado el verano a mi ciudad. Ya son tres días seguidos con sol, playa y cuerpos morenos. Y a mí también me ha llegado la jornada de mañana, con lo cual el tiempo para el ocio ha aumentado. Sin embargo no grabo nada, no escribo nada… de hecho, procuro estar muy poco en casa y reparto el tiempo tirado en una toalla, bañándome en el mar, leyendo un libro de poco a poco y dejando las tardes y noches para las cañas con los amigos. Sí, ya sé que puede parecer una vida poco espiritual, pero de eso va mi verano: un verano ameba. Ya le daremos vueltas a la vida (por todos los lados) durante el invierno. Así que aquí van unos cuantos apuntes de estos días:

Simplifica. Unas chanclas, un bañador, una camiseta y toalla. Si vas con los amigos no olvides el balón. Y volvemos a nuestros 14 años aunque alguno ya tenga hijos corriendo por el mundo. Que si mira aquella chica que va por ahí. Anda que el figura que va con ella, menuda pinta de chulimangui. Ehh vosotros, ¿queréis entrar en la pachanga, que nos hacen falta dos?. Que si eso ha sido gol. Y una mierda que pegó en el poste por fuera. Ya me has vuelto a lesionar animal, me voy al agua. Pera que yo también voy. Jajaja, deja de disimular dando vueltas como una boya que se ve a millas que estás meando…
Al final del día, cuando se está poniendo el sol y la luz crea pequeños milagros en la superficie del mar, Daniel siempre sentencia: este sí que es el mejor momento de toda la semana. Y el resto asentimos en silencio.

Lecturas. La playa ha sido testigo de cómo terminaba David Copperfield. Dickens sigue teniendo un puesto privilegiado en mi corazón. Me encantan sus descripciones, su humor y cómo es capaz de presentar en un simple párrafo a dos hermanas ancianas solteronas y al «pretendido» pretendiente de una de ellas:

Más tarde descubrí que la señorita Lavinia era una autoridad en asuntos del corazón, debido a la existencia en el pasado de un tal señor Pidger, que jugaba al whist y que, según creían, había estado enamorado de ella. Mi opinión personal es que se trataba de una suposición gratuita y que el señor Pidger era inocente de semejante sentimiento, que aparentemente jamás exteriorizó en modo alguno. Pero tanto la señorita Lavinia como la señorita Clarissa creían que habría declarado su pasión si no hubiera muerto prematuramente (casi a los sesenta años) por abusar del alcohol, y por tratar de compensar esta debilidad bebiendo cantidades ingentes de agua de Bath. Tenían incluso la vaga sospecha de que aquel amor secreto lo había matado; aunque debo decir que había en la casa un retrato de él, con una nariz carmesí que no parecía especialmente proclive a ocultar nada.

Música. Y para terminar, subo una versión de una canción de Kevin Johansen que nos acompañó durante un viaje por tierras escocesas hace ya dos años.

Y pulsa aquí si la quieres bajar.

memorias de ultratumba

No se es juez de la pena ajena, lo que a uno le contenta a otro le aflige; los corazones tienen secretos distintos, incomprensibles para otros corazones.
No discutamos a nadie sus sufrimientos; con las penas ocurre como con las patrias, cada uno tiene la suya propia.

Francoise de Chateaubriand

Aportado por Manu que se está leyendo las Memorias de Ultratumba enteritas

tener tomado el pulso a los empleos

Hay diferencia entre ellos. Es un conocimiento magistral que necesita prudencia. Unos necesitan valor y otros perspicacia. Se manejan con más facilidad los que dependen de la rectitud, y con mas dificultad los que precisan cautela. Para aquéllos no es necesario más que buena disposición; para éstos no basta toda la atención y el desvelo. Dirigir a los hombres es una ocupación trabajosa, y más si son locos o necios. Es necesario un doble buen sentido con quien no lo tiene. Es un empleo intolerable el que exige una dedicación absoluta, a horas fijas y es rutinario. Son mejores los que están libres de fastidio al unir variedad e importancia, pues el cambio proporciona el placer. Los más autorizados son los que tienen una dependencia más o menos distante. Los peores son los que hacen sudar, en la tierra y ante Dios.

Oráculo manual y arte de prudencia – Baltasar Gracián

la próxima vez que escuches a Borodin…

La próxima vez que escuches a Borodin de Charles Bukowski

La próxima vez que escuches a Borodin
recuerda que sólo era un químico
que escribía música para relajarse,
su casa estaba llena de gente:
estudiantes, artistas, borrachos, vagabundos,
y él nunca sabía cómo decir:no.
la próxima vez que escuches a Borodin
recuerda que su esposa usaba sus composiciones
para forrar la caja del gato
o para cubrir jarras de leche agria;
ella tenía asma e insomnio
y lo alimentaba con huevos hervidos
y cuando él quería taparse la cabeza
para acallar los sonidos de la casa
ella sólo le permitía usar la sábana,
además, siempre había alguien en la cama de él
(dormían separados, cuando dormían)
y como todas las sillas solían estar ocupadas
a menudo dormía en la escalera
envuelto en un viejo chal
ella le decía cuándo cortarse las uñas,
no cantar, o silbar, o poner demasiado
limón en el té, o apretarlo con una cucharilla
Sinfonía n° 2 en Si menor.
Príncipe Igor
En las Estepas de Asia Central
él sólo podía dormir poniéndose un
pedazo de trapo oscuro sobre los ojos
en 1887 concurrió a un baile
en la Academia de Medicina
vestido con el traje de fiesta nacional
al final, parecía excepcionalmente alegre
y cuando cayó al piso
creyeron que se hacía el payaso.
la próxima vez que escuches a Borodin,
recuerda…

de la contraportada de un libro

Para Swinburne era «una obra maestra suprema». Henry James recordaba que de niño se escondía debajo de una mesa para oír a su madre leer las entregas en voz alta. Dostoievski la leyó en su prisión en Siberia. Tolstoi la consideraba el mayor hallazgo de Dickens, y el capítulo de la tempestad, el patrón por el que debería juzgarse toda obra de ficción. Fue la novela favorita de Sigmund Freud. Kafka la imitó en Amerika y Joyce la parodió en Ulises. Para Cesare Pavese, «en estas páginas inolvidables cada uno de nosotros (no se me ocurre elogio mayor) vuelve a encontrar su propia existencia secreta»

Con esta presentación… ¿quién no querría leer David Copperfield?

la uva y el vino

Un hombre de las viñas habló en agonía, al oído de Marcela. Antes de morir le reveló su secreto:
La uva – le susurró – está hecha de vino.
Marcela Pérez Silva me lo contó, y yo pensé: Si la uva está hecha de vino, quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.

El libro de los abrazos – Eduardo Galeano

Creo que descuido demasiado mis palabras…

la cola de los caramelos

Mi clase se redujo a la mitad. La señorita me sentó en otro pupitre, junto a un chico que se llamaba Orion. Nos caímos bien desde el primer momento, y empezamos a hacer juntos el camino de vuelta a casa. Un día me dijo que en la calle Zawalna iban a vender caramelos y que, si quería, podríamos ponernos en la cola. El haberme dicho lo de los caramelos era un gesto muy hermoso, pues hacía ya tiempo que ni soñábamos con golosinas. Mamá me dio permiso, y Orion y yo fuimos a la Zawalna. Había oscurecido y nevaba. Ante la tienda ya se había formado una nutrida cola de niños que se extendía a lo largo de varias casas. La tienda tenía echados los cierres de madera. Los niños que se encontraban al principio de la cola nos dijeron que no abriría hasta el día siguiente y que deberíamos de esperar toda la noche. Desanimados, regresamos a nuestro sitio, es decir, al final de la cola. Sin embargo, no paraban de llegar más y más niños; la cola se alargaba hasta el infinito.

El frío, crudo, gélido, penetrante, se volvió mucho más intenso que el que había hecho durante el día. A medida que pasaban los minutos, y luego las horas, se nos hacía cada vez más difícil aguantar a la intemperie. Desde hacía algún tiempo, en los pies y en las manos tenía unos sabañones inyectados de agua que me dolían mucho. Al caer la noche, el frío helador aumentaba aquel dolor, que se estaba volviendo insoportable. Gemía a cada movimiento.

Mientras, la cola se rompía cada dos por tres en diferentes puntos, desparramándose por la calle helada y cubierta de nieve. Para calentarse, los niños jugaban a las cuatro esquinas. Forcejeaban, retozaban y se revolcaban por el blanco pulmón. Después regresaban a la cola y otro grupo se lanzaba a la carrera entre gritos. En la mitad de la noche alguien hizo fuego. Estalló una preciosa llamarada. Uno tras otro, corríamos hasta aquel fuego para calentarnos las manos, aunque sólo fuera por unos instantes. En las caras de los niños que había logrado llegar hasta el fuego se reflejaba su brillo dorado. A la luz de aquel brillo sus rostros se fundían, se llenaban de calor. Luego, calientes, regresaban a sus sitios y nos entregaban a nosotros, los que seguíamos en la cola, unos rayos de su ardor.

Al alba, la cola estaba rendida de sueño. De nada habían servido las advertencias de que dormir a la intemperie helada significaba la muerte. Ya nadie tenía fuerzas para buscar ramas que echar al fuego ni para jugar al corro o a las cuatro esquinas. El frío, cruel, atroz, monstruoso, nos calaba hasta los huesos. No sentíamos ni piernas ni brazos. Para salvarnos, para sobrevivir a la noche, nos aferrábamos unos a otros con todas nuestras fuerzas. La cola se había convertido en una cadena frenéticamente soldada de la que se evaporaban los restos de calor. La nieve caía copiosa, cubriéndonos cada vez más con su suave y blanco manto.

Aún no había amanecido cuando llegaron dos mujeres envueltas en gruesos mantos y se pusieron a abrir la tienda. Un soplo de vida recorrió la cola. Soñábamos con montañas de caramelos, con maravillosos palacios de chocolate. Soñábamos con princesas de mazapán y con pajes de pasta de miel. En nuestra imaginación todo ardía, centelleaba e irradiaba luz. La puerta de la tienda se abrió por fin y la cola se puso en movimiento. Nos lanzamos todos hacia adelante apretujándonos unos contra otros para calentarnos y para poder comprar algo. Pero en la tienda no había ni caramelos ni palacios de chocolate. Las mujeres vendían latas de caramelos vacías. Una por cabeza. Eran unas latas grandes y redondas que tenían pintados en las paredes unos bravucones gallos de colores y la inscripción en polaco: E. Wedel.

Al principio nos sentimos defraudados y llenos de angustia. Orion se echó a llorar. Pero cuando nos pusimos a examinar de cerca nuestro botín, una gran alegría empezó a apoderarse de nosotros, pues vimos que en las paredes de las latas se habían conservado dulces restos, unas minúsculas migajas de colorines, una escarcha espesa que olía a fruta. Al fin y al cabo, nuestras madres podrían hervir agua en aquellas latas y así obsequiarnos luego con ¡una bebida dulce y aromática! Más animados ahora, contentos incluso, en lugar de ir directamente a casa, nos dirigimos al parque, donde en verano se había instalado un circo. Si bien el circo se había marchado tiempo atrás, como había tenido que recoger los bártulos deprisa y corriendo, habían dejado un tiovivo. Habían robado el motor del artefacto y casi todas las sillas. Pero quedaba una, y si se reunían varios chicos que tuviesen un palo, podrían hacerlo girar como una peonza.

El parque está desierto y sumido en el silencio. Vamos corriendo hacia el tiovivo y empezamos a moverlo. Ya se ha puesto en marcha, ya chirría. He saltada a la silla y me he abrochado la cadena Orion da las órdenes; con voz de mando exhorta a los chicos, que como galeotes empujan el palo con cuantas fuerzas pueden reunir, a que se afanen: rápido, más rápido, más, más, más. Febril, Orion grita a voz en cuello, los chicos también han enloquecido, el tiovivo gira que te girarás, ráfagas de viento helado y cortante me azotan la cara, un viento vertiginoso, cada vez más fuerte, en cuyas alas me elevo como un piloto, como un pájaro, como una nube.

Imperio – Ryszard Kapuściński

esperando o recordando

Me dijo que en su opinión la gente vive años y años, pero que en realidad es sólo en una pequeña parte de esos años cuando vive de verdad, y esto es en los años en que consigue hacer aquello para lo que nació. Entonces, en ese momento, es feliz, el resto del tiempo es tiempo que se pasa esperando o recordando. Cuando esperas o recuerdas, me dijo, no estás ni triste ni feliz. Pareces triste, pero se trata únicamente de que estás esperando o recordando. No está triste la gente que espera, ni tampoco la que recuerda. Simplemente está lejos.

Esta historia – Alessandro Baricco

sabines

Cuando te regalan arte a veces te hacen más feliz, a veces más sabio, otras te hacen entristecer. Pero nunca te puedes quedar indiferente…

El mar se mide por olas, el cielo por alas,
nosotros por lágrimas.
El aire descansa en las hojas,
el agua en los ojos,
nosotros en nada.
Parece que sales y soles,
nosotros y nada…

Horal – Jaime Sabines

«Sucedidos» de Galeano

Antaño don Verídico sembró casas y gentes en torno al boliche El Resorte, para que el boliche no se quedara solo. Este sucedido sucedió, dicen que dicen, en el pueblo por él nacido.

Y dicen que dicen que había allí un tesoro, escondido en la casa de un viejito calandraca.

Una vez por mes, el viejito, que estaba en las últimas, se levantaba de la cama y se iba a cobrar su jubilación.

Aprovechando la ausencia, unos ladrones, venidos de Montevideo, le invadieron la casa.

Los ladrones buscaron y rebuscaron el tesoro en cada recoveco. Lo único que encontraron fue un baúl de madera, tapado de cobijas, en un rincón del sótano. El tremendo candado que lo defendía resistió, invicto, el ataque de las ganzúas.

Así que se llevaron el baúl. Y cuando por fin consiguieron abrirlo, y lejos de allí, descubrieron que el baúl estaba lleno de cartas. Eran las cartas de amor que el viejito había recibido todo a lo largo de su larga vida.

Los ladrones iban a quemar las cartas. Se discutió. Finalmente, decidieron devolverlas. Y de a una. Una por semana.

Desde entonces, al mediodía de cada lunes, el viejito se sentaba en lo alto de la loma. Allá esperaba que apareciera el cartero en el camino. No bien veía asomar el caballo, gordo de alforjas, por entre los árboles, el viejito se echaba a correr. El cartero, que ya sabía, le traía su carta en la mano. Y hasta san Pedro escuchaba los latidos se ese corazón loco de alegría de recibir palabras de mujer.

El libro de los abrazos – Eduardo Galeano

Bailad, bailad, malditos

De modo que Eduardo y May se levantaron, entre el aplauso general, para bailar solos, y Berta tocó la pieza más arrebatadora de su repertorio.
Pues bien: creedme o no, apenas hubieron bailado cinco minutos, súbitamente el mandadero tira la pipa, coge a Dot por la cintura, se lanza en medio de la habitación y voltea rápidamente con ella haciendo piruetas, ora sobre los talones, ora sobre la punta del pie. Apenas les vio Tackleton, se deslizó suavemente hacia la señora Fielding, la cogió por la cintura y siguió el vaivén. Al notarlo el viejo Dot, se puso en pie y arrebató a la señora Dot en medio del grupo, poniéndose a su cabeza; Caleb, al verlos, tomó a miss Slowboy por ambas manos y partió enseguida con ella, y miss Slowboy, convencida por completo de que las únicas reglas de danza consisten en penetrar vivamente entre las demás parejas y ejecutar a su costa cierto numero de choques más o menos violentos, se entregó a estos ejercicios con entusiasmo.

El grillo del hogar – Charles Dickens

Dickens es magnífico a la hora de describir escenas humanas, desde las más tristes a las más alegres. Y aquí nos presenta en un simple párrafo la alegría del baile. El que no haya sentido nunca (viendo o participando) el torbellino bailarín como miss Slowboy se está perdiendo algo realmente importante en esta vida. Olvidad por unos minutos las hipotecas a 50 años, la teletienda, la política cansina, el desengaño amoroso, los trabajos basura. Además, no hace falta que la melodía sea sublime: si se trata de una orquesta veraniega mucho mejor.

¡Qué poco queda para el verano!

yo también he capitulado

Tengo que reconocerlo: yo también he sucumbido a los encantos de Lost. Empecé ayer, y casi sin darme cuenta ya he visto los siete primeros capítulos. Supongo que para los que ya estáis por la tercera temporada estos inicios pueden arrancar una sonrisa. Pero seguro que observaréis con un poco de envidia todo el campo que me queda por delante.

Y tanto me ha gustado que durante el día de hoy estuve pensando dónde reside la magia de la historia. Como todo nuevo fan, necesitaba hablar con fans veteranos. Así que acudí a mi hermano. Y éste me dijo que «en muchos momentos le gustaría vivir en la isla…».

Eso es precisamente lo que nos proporciona la serie. El inicio de una nueva vida. Claro que no todo el mundo cambia de vida así como así, con lo cual recurrimos a una ruptura traumática con el pasado (un accidente aéreo) y a un escenario muy concreto: una isla.

No se trata de ninguna casualidad el haber escogido una isla. Tenemos multitud de ejemplos en la literatura universal porque muchos escritores son incapaces de resistir ese poder absoluto de recrear o utilizar la isla como pequeño laboratorio social y emocional. Ahí está la juvenil «Isla de Coral» con esos empalagosos niños náufragos que parecen sacados de una película de Spielberg. Y como contrapartida está «El señor de las moscas» con una tropa de canijos demostrando que todo niño pequeño es un cabrón en potencia. Tenemos a don «Robinson Crusoe» sobreponiéndose gracias a una mezcla de religión+amistad+tozudez y la emocionante «Isla del tesoro» que puede leerse miles de veces sin llegar a cansar nunca. Inquietos nos quedamos tras leer esa «Isla del doctor Moreau» donde los animales se convierten en humanos y acompañamos regocijados a Odiseo que va dando tumbos de isla en isla para no tener que explicarle a Penélope ese peaso de juerga que se le ha ido de las manos. Ejemplos no nos faltan…

De vuelta a la isla en cuestión, una vez que estamos en la orilla junto al avión estrellado es imposible no pensar qué papel adoptaríamos en este nuevo orden. Por ahora tenemos un líder nato, el siervo nato, el capullo nato, la superficial, la mujer coraza, una embarazada, el nifunifa, un iraquí, el espiritual, un grupo de padre hijo y perro, una pareja de coreanos que (teóricamente) no se enteran de nada y… ¡hasta tenemos un guitarrista!. Pero claro, no todo puede ser tan obvio y cada capítulo voy aprendiendo que el capullo no es tan capullo y supongo que más adelante la superficial hará algo que me haga cambiar de opinión. Lo único que creo no va a cambiar es mi enamoramiento repentino de una tal Kate.Y la sensación de estar plenamente de acuerdo con mi hermano: en muchos momentos me gustaría estar ahí con ellos y poder partir de cero de nuevo.

En fin… que estoy realmente enganchado.

semana de libros

Esta semana ha estado dominada por el signo de los libros. Después de terminar el Lobo Estepario me adentré en las páginas de Luces de Bohemia. Muchas veces nos echa para atrás la fama que precede a ciertos clásicos, recordamos su título nombrado en el manual de literatura que usábamos en el colegio… sí, podíamos discutir sobre muchos libros; conocíamos su estructura interna, la psicología de sus personajes, el estilo. Sólo se nos había pasado un pequeño detalle: leerlos.

Todavía recuerdo aquellos «libros de claves sobre…» que podías utilizar para realizar los trabajos del trimestre sin tener que leer los originales. Pero me desvío. La noche del lunes abrí las páginas de Luces de Bohemia y me adentré en un lenguaje nuevo, en escenarios y tipos de Madrid, en una época revuelta y revoltosa. Me reí en algunos pasajes por las viveza de los diálogos, el ingenio en las réplicas. Y no digo más: si no lo habéis leído no esperéis más para hacerlo.

Segundo día. Martes noche. Segundo libro: El amor, las mujeres y la vida de Benedetti. Un libro de poesía sobre la soledad, el amor, la soledad que vuelve después, el siguiente amor… un libro al que volveremos mil veces.

«porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no»

Harry Haller o el lobo estepario

El pasado viernes compré dos libros para hacer un regalo. Al final, entre unas cosas y otras, encontré un detalle más adecuado que uno de los dos libros. Así que me quedé con un ejemplar de El lobo estepario. Ayer de noche abrí el paquete y comencé a leer de nuevo sus páginas. Ya la introducción consigue capturar tu atención y la breve descripción que se hace de Harry Haller te lleva a querer saber más. Uno de los detalles que más me gustan en este inicio es la admiración que siente este lobo estepario por el orden burgués

«- Ve usted- continuó Haller -, este vestíbulo diminuto con la araucaria huele de modo tan encantador; a menudo no puedo pasar por aquí sin pararme un rato. También en casa de su tía de usted huele muy bien y reina el orden y la mayor pulcritud; pero este rincón de esta araucaria es de tan radiante pureza, está tan barrido y encerado y lavado, tan inviolablemente limpio, que ciega su resplandor. Aquí tengo siempre que respirar abriendo mucho la nariz. ¿No lo huele usted también? Como el olor de la cera del piso y una leve reminescencia de trementina, juntamente con la caoba, las hojas lavadas de las plantas y todo lo demás producen un aroma, un superlativo de limpieza burguesa, de esmero y exactitud, de cumplimiento del deber y de devoción de los detalles. No sé quién vive ahí; pero detrás de esos cristales debe haber un paraíso de pulcritud y de limpia civilidad, de orden y de escrupuloso apego a los pequeños hábitos y deberes.

como yo callara, siguió él:

– Ruego a usted que no piense que hablo irónicamente. Caballero, nada más lejos de mi propósito que querer de algún modo reírme de esta civilidad y de este orden. Bien es verdad que yo vivo otro mundo diferente, no en éste, y tal vez no sería capaz de aguantar ni un sólo día siquiera en una vivienda con tales araucarias. Pero aunque yo sea un viejo y pobre lobo estepario, no dejo de ser al mismo tiempo el hijo de una madre, y también mi madre era una señora burguesa…»

o como el párrafo

«…Y lo que, por el contrario, me sucede a mí en las raras horas de placer, lo que para mí es delicia, suceso, elevación y éxtasis, eso no lo conoce, ni lo ama, ni lo busca el mundo más que si acaso en las novelas; en la vida, lo consideran una locura. Y en efecto, si el mundo tiene razón, si esta música de los cafés, estas diversiones en masa, estos hombres americanos contentos con tan poco tienen razón, entonces soy yo el que no la tiene, entonces es verdad que estoy loco, entonces soy efectivamente el lobo estepario que tantas veces me he llamado, la bestia descarriada en un mundo que le es extraño e incomprensible, que ya no encuentra ni su hogar, ni su ambiente, ni su alimento.»

Dentro de un rato me volveré a sumergir en sus páginas. Puede que no sea una lectura alegre, pero reconforta saber que existen magos que transforman este dolor sordo, esto que llevamos dentro en palabras. Y ya mañana leeré algo alegre…

contentos con tan poco tienen razón, entonces soy yo el que no la tiene, entonces es verdad que estoy loco, entonces soy efectivamente el lobo estepario que tantas veces me he llamado, la vestia descarriada en un mundo que le es extraño e incomprensible, que ya no encuentra ni su hogar, ni su ambiente, ni su alimento.»

Dentro de un rato me volveré a sumergir en sus páginas. Puede que no sea una lectura alegre, pero reconforta saber que existen magos que transforman este dolor sordo, esto que llevamos dentro en palabras. Y ya mañana leeré algo alegre…