Abro la nevera y me la encuentro casi vacía, así que decido bajar a la calle para cenar. Llueve y hace frío, de hecho, demasiado frío. Me acerco a la plaza de María Pita y entro en un restaurante en el que preparan comida italiana. Mientras espero por mi pedido leo la prensa y me tomo una 1906. Hay muy poca gente en el local y sólo se escucha una mezcla de voces bajas, música suave y las hojas de periódico pasar. Es un ambiente agradable en el cual los tiempos parecen calculados para que la comida se entregue cuando termine mi cerveza. Pago y me despido de los camareros con el pedido bajo el brazo.
Al salir, me encuentro con una plaza prácticamente desierta. Vuelvo paseando hacia mi casa y entonces comienzo a escuchar música de violín. La melodía parece de Bach y por el estilo y la ejecución creo que sé quién está tocando. Me sigo acercando hacia el origen del sonido que se propaga desde las puertas de entrada a la plaza, aunque todavía no veo a la intérprete. Una mujer sonríe bajo el orballo y disfruta del concierto mientras admira el ayuntamiento . Al entrar en los soportales reconozco a la violinista, una chica que toca habitualmente por el centro y que lo hace realmente bien. No creo que un día como hoy saque mucho dinero. En realidad, prefiero pensar que se coloca ahí por la acústica y porque le encanta tocar. Así que sólo queda escucharla: ataca melodías complicadas y las va resolviendo poco a poco con una ejecución donde cada nota es perfecta en volumen, tiempo y en su relación con el resto. Y cómo no, en sentimiento. Al final de la obra, la sensación que perdura es parecida a la que tenías de chico cuando te explicaban cómo se resolvía un problema matemático.
Le doy una moneda y ella a mí las gracias con una sonrisa. Mientras camino hacia casa recuerdo una noticia de economía que acabo de leer en el restaurante y que está relacionada con un gasto espectacular en una auténtica «panochada». Algo no cuadra y me resulta difícil casar los dos mundos. Porfío en el intento y sigo pensando, porque sé que algo falla y se me escapa. Lástima que nadie esté ahí para resolverme este otro problema…
Te imagino como un cuadro de Leandro en tu descripción del restaurante, pintado en colores, manteles de cuadros y ocres y dorados por todas partes… Cálido dentro, frío fuera.
¿pero en los cuadros de Leandro no salen casi todos desnudos? Te aseguro que yo iba vestido 😉
muy feo :S
Lo leí un poco tarde pero que bonito escribes!!!! Cierro los ojos y me encuentro ahí escuchando la joven del violín ….