celebración de la fantasía

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había desprendido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando a lo lejos las ruinas de piedra cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.

Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas, no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón.

Y entonces, en medio de aquel albororto, un desamparadito que no alzaba más de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:

– Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima – dijo

– ¿Y anda bien? – le pregunté

– Atrasa un poco – reconoció

El libro de los abrazos – Eduardo Galeano

4 respuestas a «celebración de la fantasía»

  1. … nosotros regalándole juguetes sofisticados a la niña y lleva un mes flipada con la caja de cartón de una tele, no te imaginas la potencialidad de transformación que tiene… está claro quien no está entendiendo bien las cosas…

  2. … nosotros regalándole juguetes sofisticados a la niña y lleva un mes flipada con la caja de cartón de una tele, no te imaginas la potencialidad de transformación que tiene… está claro quien no está entendiendo bien las cosas…

    1. …y otra muestra de Galeano llamada «El pequeño rey zaparrastroso»…

      Tarde a tarde lo veían. Lejos de los demás, el gurí se sentaba a la sombra de la enramada, con la espalda contra el tronco de un árbol y la cabeza gacha. Los dedos de su mano derecha le bailaban bajo el mentón con alevosa alegría, y al mismo tiempo su mano izquierda, suspendida en el aire, se abría y se cerraba en pulsaciones rápidas. Los demás le habían aceptado, sin preguntas, la costumbre.

      El perro se sentaba, sobre las patas de atrás, a su lado. Ahí se quedaba hasta que caía la noche. El perro paraba las orejas mientras el niño, con el ceño fruncido por detrás de la cortina del pelo sin color, daba libertad a sus dedos para que se movieran en el aire. Los dedos estaban libres y vivos, vibrándose a la altura del pecho, y de las puntas de los dedos nacía el rumor del viento entre las ramas de los eucaliptos y el repiqueteo de la lluvia sobre los techos, nacían las voces de las lavanderas en el río y el aleteo estrepitoso de los pájaros que se abalanzaban, al mediodía, con los picos abiertos por la sed. A veces a los dedos les brotaba, de puro entusiasmo, un galope de caballos: los caballos venían galopando por la tierra, el trueno de los cascos sobre las colinas, y los dedos se enloquecían.

      Un día le regalaron, los demás, una guitarra. El gurí acarició la madera de la caja, lustrosa y linda de tocar, y las seis cuerdas a lo largo del diapasón. La probó,la guitarra sonaba bien. Y él pensó: qué suerte. Pensó: ahora, tengo dos.

  3. …y otra muestra de Galeano llamada «El pequeño rey zaparrastroso»…

    Tarde a tarde lo veían. Lejos de los demás, el gurí se sentaba a la sombra de la enramada, con la espalda contra el tronco de un árbol y la cabeza gacha. Los dedos de su mano derecha le bailaban bajo el mentón con alevosa alegría, y al mismo tiempo su mano izquierda, suspendida en el aire, se abría y se cerraba en pulsaciones rápidas. Los demás le habían aceptado, sin preguntas, la costumbre.

    El perro se sentaba, sobre las patas de atrás, a su lado. Ahí se quedaba hasta que caía la noche. El perro paraba las orejas mientras el niño, con el ceño fruncido por detrás de la cortina del pelo sin color, daba libertad a sus dedos para que se movieran en el aire. Los dedos estaban libres y vivos, vibrándose a la altura del pecho, y de las puntas de los dedos nacía el rumor del viento entre las ramas de los eucaliptos y el repiqueteo de la lluvia sobre los techos, nacían las voces de las lavanderas en el río y el aleteo estrepitoso de los pájaros que se abalanzaban, al mediodía, con los picos abiertos por la sed. A veces a los dedos les brotaba, de puro entusiasmo, un galope de caballos: los caballos venían galopando por la tierra, el trueno de los cascos sobre las colinas, y los dedos se enloquecían.

    Un día le regalaron, los demás, una guitarra. El gurí acarició la madera de la caja, lustrosa y linda de tocar, y las seis cuerdas a lo largo del diapasón. La probó,la guitarra sonaba bien. Y él pensó: qué suerte. Pensó: ahora, tengo dos.

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