las cosas bien hechas

A veces, después de comer y sólo si me sobra un poco de tiempo, entro en una cafetería que está situada de camino al trabajo. Tiene una terraza pequeñita y en los días claros sus ocho mesas se llenan de caras gafas de sol. Pero hoy el día no acompañaba y todas las sillas se encontraban apiladas, así que entré en el local, que es también pequeño y un poco oscuro.

Me senté en la barra y pedí un café solo. El camarero, que estaba leyendo la prensa, me lo sirvió bien cargado y volvió a su periódico. Me puse a observarlo con calma y sin molestarlo porque estaba totalmente concentrado en su lectura. Era un hombre bastante mayor, anguloso, de pelo blanco y con edad suficiente para estar jubilado. Iba vestido al estilo de los camareros de antes, con un pantalón negro y una camisa blanca bien planchada por debajo de la cual se notaba una camiseta.

En cierto momento de su lectura recordó algo, cogió unas tijeras de la barra y se puso a recortar unos cupones de la primera página. Habitualmente la gente arranca media página para obtener esos cupones pero el camarero acercó la punta de las tijeras a una de las esquinas del vale y se puso a recortar con mucho cuidado un cuadrado. Después comenzó la misma labor un poco más arriba y más tarde en el lado contrario. Al final quedaron tres huecos perfectos en el periódico y tres recortes perfectos encima de la barra. Mientras realizaba esta tarea entraron dos personas en la cafetería que esperaron pacientemente hasta que les preguntó qué deseaban. Dos cafés. Dobló el periódico lentamente, hizo un montoncito con los vales y los guardó en una esquina. A continuación sirvió los cafés.

Yo ya había acabado el mío así que pagué y salí de allí pensando en la actitud pausada y elegante de este hombre ante algo inicialmente tan sencillo. Y en cómo esa disposición aportaba calidad y dignidad a sus actos.

Me encanta este mundo lleno de artistas de lo cotidiano…