¿quiero ser joven?

Debe de haber días en los cuales te levantas con una cara más inocente y juvenil de lo normal. Ya estoy acostumbrado a que los niños me pidan la hora llamándome señor. O que incluso alguna madre le diga a su hijo travieso en la cola del supermercado que no «moleste al señor».

Lógicamente también influye cómo vayas vestido. El traje te convierte en cuestión de segundos en alguien respetable, sobre todo para la gente de más edad. Recuerdo la época en la que necesitábamos alquilar un piso en Madrid y nos íbamos los tres compañeros recién salidos del trabajo a visitar pisos. A las caseras les convencía mucho más la candidatura de aquellos tres pimpollos en traje que cualquier otra.

Bien, me estoy desviando del tema principal: el aspecto juvenil. Comenta Stefan Zweig en su autobiografía lo importante que era aparentar ser mayor en la Austria de la época de sus padres. El hombre adulto era respetado. De ahí que su propio padre a los treinta años ya tenía un frondosa barba y un sobrepeso que reflejaba su posición social y vital. Ya hace mucho que se busca precisamente lo contrario: aparentar menos años, ser joven eternamente, pretender saber mucho de la vida y esconder toda esa sabiduría detrás de un rostro amable sin arrugas.

Y me he vuelto a desviar. Hoy domingo me levanté relativamente temprano, salí a la calle, me dirigí a una cafetería con sabor antiguo y me regalé uno de los momentos más agradables de la semana: café, churros y periódico. Después de media hora, muchas malas noticias y algún pensamiento perdido me levanté y pagué al camarero. ¡Gracias chico! me soltó. Hombre, empezamos bien el día, pensé.

De camino a casa recordé que no tenía nada en la nevera (algo bastante habitual) así que probé con una tienda que abre los domingos y vende pollos asados. Ya cuando era un niño me encantaba esta tienda con todos aquellos pollos ensartados dando vueltas y la piel crujiente. Por una razón o por otra no había vuelto a entrar en ella desde entonces. Y aunque se trate de un simple pollo, el olor me transportó de nuevo a la niñez al igual que a Proust su magdalena. Al pagar, la dependienta me respondió con un «graciñas meu rulo» (rulo, ruliño es un apelativo cariñoso que se emplea con los niños en Galicia). De ahí ya salí con una sonrisa. Para rematar la jugada entré en la tienda de al lado para comprar un poco de pan. Al darme las vueltas la dependienta me dijo «toma mi niño».

¿Qué pasaba?, ¿casualidad?, ¿una nueva forma de marketing en el mercado?. Estuve pensando un buen rato en lo feliz que me habían hecho tres frases amables, tres sonrisas, tres bromas. Y la verdad es que cuesta muy poco sonreír, cuesta poquísimo decir palabras bonitas. Así que ya sabéis, no os guardéis nada para mañana. Por cierto, estas tres personas eran adultas con aspecto de verdaderos adultos.

3 respuestas a «¿quiero ser joven?»

  1. Es una maravilla reencontrarse con este tipo de reflexiones. Siguen emocionándome.
    Gracias, Ratoncito.

  2. la verdad,no creo que te haya enviado correctamente la felicitacion y por ello ahí va otra vez Feliz cumpleaños ratoncito.. un bico xulia

  3. Ton, la juventud es cuestión del alma…no sólo de las arrugas y del aspecto de tu piel o el brillo de tus ojos…
    Algunos seremos Peter Pan por siempre jamás
    Siendo niños podemos disfrutarmás de los pequeño detalles que nos ofrece la vida, de lo contario nos veríamos inmiscuidos en este horrible mundo que los adultos han creado…

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